miércoles, 1 de julio de 2009

Crónica de un viaje al arte

Viernes por la tarde, las agujas del reloj marcan las 16.45, la temperatura en la calle es de algo más que 20 grados centígrados. Tomo mi bolso y mis llaves y salgo a andar. Disfruto la delicada y tibia brisa que topa con mi rostro, y en pocos minutos, sin notarlo, llego al lugar acordado.
Ahora el reloj no tiene agujas, es digital, y me indica que faltan pocos minutos para las 5 de la tarde.
En medio del tumulto y de la gente que va y viene corriendo, encuentro un espacio para poder sentarme y alejarme disimuladamente del caos que me rodea.
Observo por varios minutos la avenida Santa Fe a lo lejos, delante de ella la Calzada Circular y a mi izquierda el cartel que indica Sarmiento. Me encuentro en la Rural.
Pienso que será de aquella exposición que visitaremos, que además de cumplir con un deseo personal, sería útil para realizar la crónica que en este momento escribo.
Mis compañeros de grupo llegan con pocos minutos de diferencia mientras yo analizo perdidamente la ciudad alterada, en vísperas de fin de semana largo. Primero Paula. Después Emiliano. Cruzando algunas palabras nos decidimos a entrar a aquel lugar tan cerca y a la vez tan lejos del mundo porteño. El mundo del arte.
ArteBA 09, la feria de arte contemporáneo que desde hacía pocas horas había abierto sus puertas al público.
Presento mi libreta estudiantil y sin más vueltas adquiero la entrada. Sin muchas pistas de hacia donde debemos dirigirnos con mis compañeros, encontramos el acceso a aquel mundo tan liberador como es el mundo del arte.
Me impacta el hermoso clima que invade aquel enorme galpón. Luces que encandilan, y colores que me distraen sin poder decidir a donde ir.
Stands por doquier. Pequeñas y grandes esculturas ocupándolos. Grandes cuadros ubicados en inmensas paredes vacías, que ahora están llenas.
Gente. Mucha gente que se desplaza de aquí para allá. Y otra que no. Personas que simplemente se detienen a observar detalladamente cada ínfima parte de una obra de arte.
Tomamos la cámara de fotos y sin más, empezamos a fotografiar a todo lo que nos llama la atención, que es casi todo.
Una pintura que me atrapa. Que no puedo dejar de mirar, y que aunque me cueste encontrarle un sentido no deja de gustarme. Dentro de aquel marco hay una mujer que inclina su cuello hacia atrás, dejando caer sobre su rostro un mechón de pelo. Su expresión demuestra el placer que le causa exponerse al sol, a la luz del día en medio de un terreno que parece ser montañoso. Quizás disfruto observarla por el hecho de que me recuerda al momento en que la brisa tibia rozaba mi cara minutos antes. No lo sé.
Continuamos caminando y nos focalizamos en encontrar a algún artista importante para poder realizarle algunas preguntas para el trabajo en cuestión.
A lo lejos, sentada, una gran artista: Marta Minujín. Queremos hacerle unas preguntas pero se niega. Entonces nos dirigimos a su stand. Éste consiste en una pequeña habitación hecha con colchones. La idea es que uno pueda relajarse y apreciar el arte acostado, como nunca antes.
La curiosidad llama y junto a mis compañeros ingresamos. Mientras Paula salta yo le tomo fotografías, y luego me siento y pienso. La idea es original, y lleva a cualquiera a querer disfrutar de aquella sensación.
El reloj marca las 6 de la tarde y llegamos al sector de la feria en el que se encuentran los principiantes, los artistas novatos, que llenan a la exposición de un espíritu innovador. Alguien al pasar nos informa que todas las paredes que ahora los colores y las formas llenan de alegría, en un principio eran totalmente blancas. Sucede que de a poco los artistas toman un pincel y se dejan llevar por la imaginación. Y así, esos inmensos muros insignificantes pasan a ser grandes obras maestras dignas de admiración.
Caminando lentamente y sin dejar de asombrarnos de todo lo que allí estaba, llegamos a un stand en el que sólo hay un auto lleno de cosas. En el techo, en el baúl, en su interior, en todos lados. Nos asombra muchísimo, pues parece ser un auto preparado para echarse a andar a una ruta, a un viaje sin un destino predeterminado. Un viaje en el que nada se sabe. Un viaje en el que todo surge y fluye mientras transcurre.
Le tomamos fotografías y debatimos acerca de aquello. Pero al no haber nadie para preguntar el significado que evidentemente no estaba muy a la vista nos retiramos, caminando hacia otro rumbo.
Llegamos al pequeño sector perteneciente al director del Museo Hippie en Córdoba, y logramos hacerle unas preguntas a él y a otro de sus compañeros de trabajo, un galerista novato.
Nos muestra algunas de sus maravillosas obras, y nos expresa sus pensamientos y su comodidad en arteBA.
La entrevista dura varios minutos; no miro el reloj pero calculo que sus agujas deben estar marcando las 7 y pico.
Y es allí entonces que Daniel Domínguez, el entrevistado, pasa a traducirnos unas sabias palabras que son parte del manifiesto de la comunidad hippie y dicen lo siguiente:

“El por qué arte barato. La gente ha estado pensando que el arte es un privilegio de los museos y de los ricos, el arte no es un negocio. No le pertenece ni al banco ni a los elegantes inversores. El arte es comida, no lo puedes comer pero te alimenta. El arte tiene que ser barato y estar en todas partes. Es necesario para todos, es la parte interior del mundo. El arte cura el dolor. El arte despierta a los dormidos. El arte lucha contra la guerra y la estupidez. El arte canta aleluya. El arte es para las cocinas. El arte es un buen pan. El arte es un árbol verde. El arte es una nube blanca en el cielo azul. El arte es barato. ¡Hurra!”

Esas fueron las palabras que terminaron con la entrevista, y fueron las palabras que retumbaron en mi mente durante varios minutos, sin saber por qué.
Continuamos recorriendo y disfrutando de las infinitas obras.
Nos volvemos a encontrar con Marta Minujín que en esta oportunidad se encontraba caminando. Decido arriesgarme y acercarme rápidamente para hacerle unas preguntas. Lo logro, sin alcanzar el resultado esperado. Respondió apurada y sin darle demasiado interés a lo que yo decía. No me molesta, pues las palabras del anterior entrevistado seguían en mi cabeza.
Ya son las 8. Y llegó la noche.
Después de una tarde llena de sorpresas, de novedades, de colores, de olores, de gente rara, de gente loca, de fotos, de pinturas, de esculturas; después de una tarde así, nos retiramos del lugar con ganas de reflexionar y de recordar todo lo visto, que no es poco.
Vuelvo a la calle, no más calma que antes. Pero ahora el cielo está oscuro, y los faroles de las avenidas junto con las luces de los autos circulantes iluminan la gran ciudad.
Emprendo mi camino a casa, caminando lentamente, mientras miles de ideas chocan unas con otras en mi mente. Hacen ruido. Es inevitable notar su presencia. Es inevitable asumir que el gran mundo está lleno de otros pequeños mundos en su interior y que ellos no muestran otra cosa más que la realidad misma vista desde otra perspectiva; como es arteBA dentro de la capital, como es el arte dentro del planeta.

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