sábado, 18 de julio de 2009

Diario de escritora (segunda parte)

Teniendo en cuenta que ya he terminado de leer aquella historia tan inquietante que comencé no muchos días atrás, llamada “El Eternauta”, y considerando los comentarios que se realizaron aquí en mi blog acerca de mis dudas y de las varias ideas que vuelan en mi mente, creí importante comenzar a escribirlas.

De a poco noté que al plasmar todos mis pensamientos en un papel simplifica mucho las cosas. Pues me di cuenta que muchos de ellos no eran demasiado útiles para lo que yo quiero hacer, y descubrí que otros son más importantes de lo que creí posible.

Aún no logro empezar a armar mi texto narrativo, resulta ser que no sé por donde comenzar. Pero creo que en los próximos días las ideas en mi mente se irán aclarando. Por el momento me ayuda mucho ojear una y otra vez el texto leído para lograr así encontrar mi propio estilo de la historia a relatar.

viernes, 10 de julio de 2009

Diario de Escritora (primera parte)

Hace ya diez días que en mi mente las ideas van de un lado a otro sin descansar un momento. Por suerte siento que sé lo que quiero, pero de alguna manera mis pensamientos se dispersan hacia varios lugares.

De todos los territorios que se pueden recorrer, mantengo mis ansias de trabajar con el de la Guerra, que es el que captó más mi atención y mi interés.

En cuanto a la obra completa que requiero leer para completar mi trabajo de narración, estoy leyendo “El Eternauta” de Héctor G. Oesterheld. Nunca creí posible el hecho de leer algo de se estilo, pues es una historia de ficción narrada en forma de historieta. Debo reconocer que a pesar de no ser el tipo de lectura que frecuento, en este caso particular logra atraparme durante largos ratos.

Pues seguiré avanzando con mi trabajo de lectura, y dejaré que mis ideas sigan volando para llegar no sé a donde…

miércoles, 1 de julio de 2009

El perfume de las calles

Muchas veces pasa, creo yo, que cada cosa en este mundo es identificable por alguna característica en particular. Si hablamos de una persona, la característica podría ser el tono de voz, la risa o algún rasgo marcado. Si hablamos de un lugar podría ser que lo reconozcamos por su estilo original, por la zona en la que se encuentra, o por su olor, su perfume.
Las calles de San Telmo son, sin lugar a dudas, identificables por el suave aroma a sahumerio que lo inunda de principio a fin; el cual impacta en un principio pero luego se hace parte del mismo aire que se respira, como si fuese totalmente natural, como si éste se elevara desde el frío cemento de las calles.
Diez son las cuadras que por primera vez recorro junto a dos compañeros para realizar un trabajo de campo que por cierto nos provoca gran ansiedad. La primera impresión que a uno le dan las calles por recorrer es que son angostas e infinitas. Pues si, lo son, pero por ser infinitas no dejan de ser encantadoras, y por ser angostas permiten al menos reparar un poco el frío clima que acosa a la gran ciudad este domingo de otoño. Llenas de personas que van de un lugar a otro, que frenan a cada momento, a cada paso. Vuelven a andar, pero al instante vuelven a detenerse. En su mayoría son extranjeros y llevan cámaras fotográficas. Y el hecho de intentar fotografiar cada instante le permite a uno mezclarse en la multitud alborotada.
Una pasarela alargada, y a los lados, ellos. Los artesanos, los protagonistas de uno de los barrios más bonitos de la capital. En su mayoría están ahí por placer, pero muchos otros por necesidad. Sin embargo todos muestran disfrutar el hecho de exponer sus trabajos manuales, sus artesanías. Carteras, vasijas, adornos, ropa, aros, anillos, billeteras. Todo eso y mucho más se encuentra en este lugar en el que reina la variedad y la autenticidad de los productos a la venta.
Los puestos son pequeños y todos similares. Sin embargo, toda regla tiene su excepción. Y es aquí cuando aparece un caso distinto al resto, el cual nos capta poderosamente la atención. Un hombre, detrás de un puesto en una esquina. Pero este puesto no se parece en nada a los que lo rodean. Pues no tiene ninguna “artesanía” a la venta, sino que ofrece una bebida caliente, que él llama “soup love”; quizás para calmar el frío que cada vez se agudiza más a causa del atardecer. Gritando en español pero con tono de extranjero, logra que varias personas se acerquen al lugar, entre ellas, yo y mis dos compañeros. No sé bien la razón pero nos surge la profunda necesidad de hacerle unas preguntas acerca de él y su vida en la ciudad. Con gusto deja por un momento lo que estaba haciendo y comenzamos a hablar. Inmersos en la conversación de la alocada vida que lleva este muchacho desde pequeño, sin darnos cuenta prácticamente debemos corrernos para que los colectivos y los autos que circulan por la esquina avancen. Pero nada cambiaba, las palabras fluían solas y la charla se extendió por unos cuantos minutos.
Seguimos caminando maravillados por cada ínfimo detalle. De repente algo que nuevamente vuelve a captar nuestra atención. Otro puesto fuera de lo común pero por razones muy distintas a las del anterior caso. Esta vez es una mesa llena de objetos pertenecientes a épocas pasadas, pero épocas muy significativas por cierto. Por ejemplo, un casco que fue utilizado por un soldado durante la Segunda Guerra Mundial, y otras cosas por el estilo. No es fácil de explicar la extraña sensación que se siente al observar estos elementos que estuvieron en contacto con lugares y momentos precisos que parecen estar más lejos de uno de lo que en realidad están. Que es escalofriante, no hay dudas.
Mientras continuamos caminando, nos seguimos deslumbrando por todo lo que vemos. La zona se caracteriza por tener gran cantidad de negocios de antigüedades, en su mayoría muebles. Ingresamos a varios de ellos y contemplamos durante un largo rato todo lo que esta a nuestro alcance. Es realmente fascinante.
Llegamos a un sector donde poco a poco la cantidad de puestos va disminuyendo, pues las cuadras pasaron rápido y ya no quedan muchas por delante, sólo un par. Pero nos sorprende la presencia de unos mimos que de un modo muy gracioso actuaban en la calle. También encontramos una banda de cuatro integrantes que ubicados muy cómodamente, tocan sus instrumentos y llenan el lugar de notas musicales y de alegría.
Por unos instantes los observamos y continuamos caminando algunas cuadras más, hasta llegar al fin de la feria.
El sol se marcha, por lo que el atardecer llega y junto con él, el frío. Los ya nombrados como protagonistas de este evento que se lleva a cabo cada domingo, los artesanos, comienzan a juntar sus cosas para irse, evitando la noche. Es así que no nos queda otra opción que emprender nuestro camino de regreso, volviendo por el mismo lugar.
Ahora el panorama es muy distinto. Pues uno ya no se pierde en la muchedumbre, sino que somos unos de los pocos que circulamos por la calle.
Pero hay algo que de repente se torno prácticamente invisible, o mejor dicho, opacado por el resto de las cosas que nos deslumbraron. Y es que varias de las cuadras ocupadas por los artesanos estas interrumpidas por construcciones y reparaciones, que según los del lugar están hace más de cinco meses. Esto sin duda los perjudica, y tal como expresa uno de ellos, a quien nos acercamos para saciar nuestras dudas, les impide trabajar cómodamente en muchos sentidos. Este hombre también nos asegura que las ventas disminuyeron notablemente desde que esos arreglos comenzaron a llevarse a cabo.
Sin embargo, continúan con su espíritu trabajador, y sin dudas tampoco afecta su inspiración y creatividad para seguir haciendo manualidades, que son su especialidad, que son su vida.
El regreso es rápido, pues ya no hay nadie que impida el paso y no hay nada que nos pueda detener. Nuestro diálogo ahora no está compuesto de muchas palabras, quizás varias reflexiones estén recorriendo nuestra mente de manera inevitable y eso nos impide hablar demasiado. Pues acabamos de recorrer sólo algunas cuadras de la cuidad que tienen un estilo muy distinto al resto. Cómo ya dije cada lugar se distingue por algo particular. Pues San Telmo, y especialmente estas calles ocupadas por los artesanos están caracterizadas por todo lo que las forma, sin dudarlo. Cada detalle es original y único. Su olor, su gente, sus negocios, todo eso es un sinfín de sensaciones que no se pueden olvidar tan fácilmente.

Crónica de un viaje al arte

Viernes por la tarde, las agujas del reloj marcan las 16.45, la temperatura en la calle es de algo más que 20 grados centígrados. Tomo mi bolso y mis llaves y salgo a andar. Disfruto la delicada y tibia brisa que topa con mi rostro, y en pocos minutos, sin notarlo, llego al lugar acordado.
Ahora el reloj no tiene agujas, es digital, y me indica que faltan pocos minutos para las 5 de la tarde.
En medio del tumulto y de la gente que va y viene corriendo, encuentro un espacio para poder sentarme y alejarme disimuladamente del caos que me rodea.
Observo por varios minutos la avenida Santa Fe a lo lejos, delante de ella la Calzada Circular y a mi izquierda el cartel que indica Sarmiento. Me encuentro en la Rural.
Pienso que será de aquella exposición que visitaremos, que además de cumplir con un deseo personal, sería útil para realizar la crónica que en este momento escribo.
Mis compañeros de grupo llegan con pocos minutos de diferencia mientras yo analizo perdidamente la ciudad alterada, en vísperas de fin de semana largo. Primero Paula. Después Emiliano. Cruzando algunas palabras nos decidimos a entrar a aquel lugar tan cerca y a la vez tan lejos del mundo porteño. El mundo del arte.
ArteBA 09, la feria de arte contemporáneo que desde hacía pocas horas había abierto sus puertas al público.
Presento mi libreta estudiantil y sin más vueltas adquiero la entrada. Sin muchas pistas de hacia donde debemos dirigirnos con mis compañeros, encontramos el acceso a aquel mundo tan liberador como es el mundo del arte.
Me impacta el hermoso clima que invade aquel enorme galpón. Luces que encandilan, y colores que me distraen sin poder decidir a donde ir.
Stands por doquier. Pequeñas y grandes esculturas ocupándolos. Grandes cuadros ubicados en inmensas paredes vacías, que ahora están llenas.
Gente. Mucha gente que se desplaza de aquí para allá. Y otra que no. Personas que simplemente se detienen a observar detalladamente cada ínfima parte de una obra de arte.
Tomamos la cámara de fotos y sin más, empezamos a fotografiar a todo lo que nos llama la atención, que es casi todo.
Una pintura que me atrapa. Que no puedo dejar de mirar, y que aunque me cueste encontrarle un sentido no deja de gustarme. Dentro de aquel marco hay una mujer que inclina su cuello hacia atrás, dejando caer sobre su rostro un mechón de pelo. Su expresión demuestra el placer que le causa exponerse al sol, a la luz del día en medio de un terreno que parece ser montañoso. Quizás disfruto observarla por el hecho de que me recuerda al momento en que la brisa tibia rozaba mi cara minutos antes. No lo sé.
Continuamos caminando y nos focalizamos en encontrar a algún artista importante para poder realizarle algunas preguntas para el trabajo en cuestión.
A lo lejos, sentada, una gran artista: Marta Minujín. Queremos hacerle unas preguntas pero se niega. Entonces nos dirigimos a su stand. Éste consiste en una pequeña habitación hecha con colchones. La idea es que uno pueda relajarse y apreciar el arte acostado, como nunca antes.
La curiosidad llama y junto a mis compañeros ingresamos. Mientras Paula salta yo le tomo fotografías, y luego me siento y pienso. La idea es original, y lleva a cualquiera a querer disfrutar de aquella sensación.
El reloj marca las 6 de la tarde y llegamos al sector de la feria en el que se encuentran los principiantes, los artistas novatos, que llenan a la exposición de un espíritu innovador. Alguien al pasar nos informa que todas las paredes que ahora los colores y las formas llenan de alegría, en un principio eran totalmente blancas. Sucede que de a poco los artistas toman un pincel y se dejan llevar por la imaginación. Y así, esos inmensos muros insignificantes pasan a ser grandes obras maestras dignas de admiración.
Caminando lentamente y sin dejar de asombrarnos de todo lo que allí estaba, llegamos a un stand en el que sólo hay un auto lleno de cosas. En el techo, en el baúl, en su interior, en todos lados. Nos asombra muchísimo, pues parece ser un auto preparado para echarse a andar a una ruta, a un viaje sin un destino predeterminado. Un viaje en el que nada se sabe. Un viaje en el que todo surge y fluye mientras transcurre.
Le tomamos fotografías y debatimos acerca de aquello. Pero al no haber nadie para preguntar el significado que evidentemente no estaba muy a la vista nos retiramos, caminando hacia otro rumbo.
Llegamos al pequeño sector perteneciente al director del Museo Hippie en Córdoba, y logramos hacerle unas preguntas a él y a otro de sus compañeros de trabajo, un galerista novato.
Nos muestra algunas de sus maravillosas obras, y nos expresa sus pensamientos y su comodidad en arteBA.
La entrevista dura varios minutos; no miro el reloj pero calculo que sus agujas deben estar marcando las 7 y pico.
Y es allí entonces que Daniel Domínguez, el entrevistado, pasa a traducirnos unas sabias palabras que son parte del manifiesto de la comunidad hippie y dicen lo siguiente:

“El por qué arte barato. La gente ha estado pensando que el arte es un privilegio de los museos y de los ricos, el arte no es un negocio. No le pertenece ni al banco ni a los elegantes inversores. El arte es comida, no lo puedes comer pero te alimenta. El arte tiene que ser barato y estar en todas partes. Es necesario para todos, es la parte interior del mundo. El arte cura el dolor. El arte despierta a los dormidos. El arte lucha contra la guerra y la estupidez. El arte canta aleluya. El arte es para las cocinas. El arte es un buen pan. El arte es un árbol verde. El arte es una nube blanca en el cielo azul. El arte es barato. ¡Hurra!”

Esas fueron las palabras que terminaron con la entrevista, y fueron las palabras que retumbaron en mi mente durante varios minutos, sin saber por qué.
Continuamos recorriendo y disfrutando de las infinitas obras.
Nos volvemos a encontrar con Marta Minujín que en esta oportunidad se encontraba caminando. Decido arriesgarme y acercarme rápidamente para hacerle unas preguntas. Lo logro, sin alcanzar el resultado esperado. Respondió apurada y sin darle demasiado interés a lo que yo decía. No me molesta, pues las palabras del anterior entrevistado seguían en mi cabeza.
Ya son las 8. Y llegó la noche.
Después de una tarde llena de sorpresas, de novedades, de colores, de olores, de gente rara, de gente loca, de fotos, de pinturas, de esculturas; después de una tarde así, nos retiramos del lugar con ganas de reflexionar y de recordar todo lo visto, que no es poco.
Vuelvo a la calle, no más calma que antes. Pero ahora el cielo está oscuro, y los faroles de las avenidas junto con las luces de los autos circulantes iluminan la gran ciudad.
Emprendo mi camino a casa, caminando lentamente, mientras miles de ideas chocan unas con otras en mi mente. Hacen ruido. Es inevitable notar su presencia. Es inevitable asumir que el gran mundo está lleno de otros pequeños mundos en su interior y que ellos no muestran otra cosa más que la realidad misma vista desde otra perspectiva; como es arteBA dentro de la capital, como es el arte dentro del planeta.