Detesto aquellas noches de insomnio en las cuales conciliar el sueño se torna imposible, dejándome una sensación de fracaso y enojo.
De repente, un ladrido. Parecía una señal para que de una vez por todas me levante de la cama. Lo intento hacer disimuladamente para evitar que ésta cruja y despierte a mi amiga que dormía en la cama contigua. Afortunadamente lo logro.
Camino rápido en puntas de pie hasta llegar a la ventana que da a la calle principal de la ciudad y asomo mi cabeza.
Un perro negro era el responsable de aquel agudo y molesto ladrido. La imagen de este animal frente a la pared blanca recién pintada del restaurante de en frente me hizo recordar a la fotocopia de un libro que la tarde anterior había divisado en la biblioteca. Sin saber bien el porque, me surgió la necesidad de ir en busca de ella.
Bajo las escaleras dando pequeños pasos y llego al corredor principal. Atravieso el living donde me sorprende la presencia de un pañuelo manchado con lápiz labial rojo sobre el gran sofá y un destello de luz que venía desde la cocina. Me acerco esperando encontrar algún familiar de mi amiga, pero no. Nadie estaba ahí. Sólo un vaso de ginebra por la mitad reposando sobre la mesada, al cual observé por varios segundos detenidamente.
Continúo mi recorrido y finalmente llego a la biblioteca. Al prender la luz me encuentro reflejada en un espejo roto y delante de él, sobre el escritorio, la fotocopia en cuestión.
Sus páginas son blancas, muy blancas, y eso es lo que de alguna manera me impide pensar que sean de un tiempo pasado. Emana un particular olor a tinta barata que poco a poco se desvanece en el aire.
No estaba del todo segura de querer leerlas, pues estas páginas no eran pocas y los stickers de chicles que estaban pegados en todas ellas me daban la leve sensación de que quien las había leído, no les haya resultado interesantes.
Sin embargo comienzo a leer sin darme cuenta su primer párrafo que decía: “Escaparnos era la única opción, pero David estaba completamente seguro de que podría cumplir con el plan previsto […]”
En un principio me pareció que se trataba de un robo, tenía un estilo policial.
Por unos instantes me desilusioné, pues tenía muchas expectativas puestas sobre aquella imagen de una fotocopia que sin saber porque había quedado en mi mente.
De manera inesperada, aparece frente a mí el padre de mi amiga, observándome de una manera extraordinariamente rara. Me quitó las fotocopias de las manos. Su ceño fruncido me mostró su enojo por haberme encontrado leyéndolas. Sutilmente me dijo que vaya a dormir y que no cuente nunca sobre la existencia de aquel juego de fotocopias que tan insignificantes parecían a simple vista.
Aquel comentario sonó como una amenaza, y por esa razón sin pensarlo demasiado me fui a la cama.
Permanecí unos instantes reflexionando sobre la situación que acababa de vivir. Giré hacia un lado y cerré mis ojos. Los ladridos de aquel perro por suerte ya habían acabado.
Hace 9 años
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