Sólo recuerdo tres momentos de mi vida en los que escribí textos que sin saber bien la razón, los recuerdo hasta el día de hoy. Y hay algo en común entre ellos tres, y es que fueron realizados por consignas dadas en el colegio.
El primero fue a los 11 años. Escribí una poesía. Creo que sólo fueron un par de estrofas cortas, y lamentablemente no sé que ha sido de ella. Sólo tengo en mi mente el grato recuerdo de haber hecho versos breves y utilizar ciertas palabras que eran increíbles, y por sobre todo para la edad que tenía. No sé si a la maestra le gustó pero para mi resultó ser fantástica.
Sin darme cuenta, llego a los 16 años y me encuentro frente al deber de realizar otro texto. Pero una diferencia sustancial cambiaba todo. Ahora tenía que ser capaz de expresar en sólo una carilla lo que sentía, lo que me pasaba por mi cabeza en ese momento. Era una actividad reflexiva para poder entendernos mejor a nosotros mismos, los alumnos.
No fue fácil. Pues cuanto más pienso en qué estoy pensando, es cuando más cosas pienso. Todo aquello que no estaba en mi cabeza, ahora estaba.
Sin embargo mi texto terminó siendo una mezcla de sentimientos, de miedos y dudas. Y así era, estaba atravesando una etapa de gran confusión, que la gran mayoría la vive, y es cuando al terminar el colegio, debemos decidir que será de nuestras vidas de adultos, sin querer hacerlo realmente.
Finalmente, al poco tiempo, me encuentro nuevamente frente a otro desafío. Una simulación de tomar apuntes tal como los alumnos universitarios hacen. Visto desde ahora, parece muy simple, pero aseguro que no lo fue en un principio.
Recuerdo haber tenido éxito, es decir, logré llegar al objetivo de la actividad, que era poder sintetizar una clase completa y rápida con apuntes tomados en el momento. Este texto y otro conjunto de cosas fueron quizás las que me hicieron ver al “mundo adulto” desde otro lado mucho más relajado y positivo y seguramente por esta razón lo recuerdo.
Hace 9 años
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