Tres años atrás, mi escuela, una profesora, una materia: literatura, un desafío. Un libro entre varios, el libro, una historia, la historia.
En el medio: mil opiniones, varias recomendaciones y consejos y al final mi decisión que se llamó “Mi planta de naranja-lima”.
Sus páginas fueron girando rápidamente y sin darme cuenta llegó su final, junto a infinitas sensaciones que me invadieron.
Un protagonista: un niño; un lugar: Río de Janeiro, una historia: la del niño y la pobreza que lo rodea y lo inunda. Sus sueños, sus ilusiones, sus deseos y sus travesuras logran transportar al lector a otra realidad.
¿Qué queda de todo esto? Una reflexión. Otra mirada. Analizar a mí alrededor ya no es lo mismo de antes. La gente que me rodea ya no pasa inadvertida, y lo más importante, ya no siento igual.
Intenté entender lo que es ser tan chico y no tener otra salida más que vivir como adulto, entendiendo cosas de adultos y conociendo el dolor tan tempranamente sin que nadie me proteja de él.
Ya no ver desde afuera, sino ver desde adentro. Cuan invisible puede tornarse una persona y cuan egoísta puede llegar a ser uno mismo. La indiferencia que mata y esas miradas que lo dicen todo, y más.
Millones de dudas y tan sólo una certeza: la solución es mirar un poco más allá, sólo un poco más lejos de donde estoy. Pensar diferente, actuar diferente, ser mejor y dar el ejemplo. Ayudar a que ayuden.
Todo esto puede llegar a lograr una simple historia que por ser simple no deja de ser maravillosa.
Hace 9 años
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