lunes, 17 de agosto de 2009

Todo al río

Cuando las luces de una ciudad entera se apagan, ya no hay más que decir. Las miradas se opacan, las sonrisas desaparecen y lo único que queda es el dolor junto con algunas velas encendidas, que solo alcanzan a iluminar algunos rostros.

El sol no está y tarda en aparecer. Y aunque la luna sea la única que nos provee de luz en esta triste noche, ella no se deja ver. Las nubes se encargaron de hacerla desaparecer, se encargaron de hacernos recordar que un segundo es mucho más que toda una vida, y que un solo lugar, puede abarcar mucho más que el mundo entero.

Pero por supuesto que los días anteriores a aquel inesperado día, no eran más que comunes y corrientes, donde la alegría prevalecía por sobre todas las cosas. Alejada de la tristeza y el dolor. Como si inconcientemente se intentara escapar de aquellos sentimientos que algún día, sin poder evitarlo y sin saberlo, nos alcanzarán.

La felicidad brotaba de mi piel, y las noches de aquel frío invierno eran enfrentadas con todo mi cuerpo, con todo mi ser. La lluvia y el viento no habían sido nunca para mí tan hermosos fenómenos del clima. Me permitían sentirme simplemente viva.

Siempre he sido de aquellas personas que intentan vivir el momento, sin planear todo, todo el tiempo. Sólo que a veces se torna imposible para mí. Más allá de poner todo mi empeño, las cosas sin querer o queriendo, para bien o para mal, pasan.

Todos pasamos la vida entera intentando mantener a los malos pensamientos lejos. Vaya a saber uno porque razón. No estoy segura si por miedo o por inseguridad.

Hoy puedo decir que a nada le temo, pero sé que en el preciso instante en que algo me haga daño, sé que en ese preciso momento no me alcanzarían las fuerzas para intentar huir.
Pero esta vez ocurrió algo distinto. Aquella noche la ciudad brillaba como nunca (y de esto uno se da cuenta mucho más tarde), los autos circulaban por las calles, la luna de a poco desaparecía y las estrellas no se fueron por el simple hecho de que nunca habían llegado.

Las risas invadían la ciudad, y si dijese que el amanecer era anhelado, estaría mintiendo. Pues aquella noche era tan perfecta que dudo de que alguien hubiese querido que acabe. Sin embargo, tal como lo dispone la naturaleza, todos sabíamos que aquella madrugada debía marcharse. Nadie hubiese dudado en hacerse amigo del sol de haber sabido que la oscuridad de esa noche tomaría de rehenes a nuestras almas por varios días.

Fue entonces a las seis de la mañana que un alma se perdió a causa de otra que la destruyó.
Un joven muy querido había muerto, y se encontraba tirado sobre la vereda a merced de todos los males. No causó en mí aquel hecho, más que un profundo e intenso dolor.

Aquel asesinato fue el titular de cada diario, la novedad de cada noticiero, el tema de conversación de cada mesa, fue cada muerte que hubo después, fue cada volante en las calles, fue cada uno de todos los jóvenes del lugar, y fue el dolor de cada madre.

Mucho más tarde fue cuando realmente reaccioné. Ideas horrorosas caían de mi mente, auque intentaba evadirlas. Ese es el momento en el que empecé a transportar los mismos hechos a mi propia vida, y que hubiese sido de mí si en ese mismo momento y lugar hubiese estado yo y no ese chico.

No creo haber sido la única en pesar aquello, pues horas más tarde el pueblo entero reaccionó y emprendió su movilización que no descansa para reencontrar lo que aquella noche un alma oscura nos quitó, la paz.

Ya no sé si las mañanas que siguieron fueron templadas o ventosas, soleadas o nubladas. Para mí el cielo lloraba sin cesar.

Poco a poco fui entendiendo que el dolor no era de unas pocas personas, sino que se compartía realmente. Y eso fue cuando miles y miles de personas salieron a mostrar sus lágrimas desesperadas y a la vez sus sonrisas forzadas, en un clima donde reinaba una sospechosa sensación de paz.

El encuentro se efectuó en el mismo lugar donde el mundo se había detenido por un instante. El recorrido fue corto, pero al mismo tiempo extenso.

Todo lo que pude hacer fue detenerme a contemplar aquellos entristecidos rostros que avanzaban a lo largo de las calles muy lentamente. Eran miles pero sin duda alguna, todos se asemejaban. A cada paso el silencio se intensificaba. Pero el silencio se hizo escuchar. Por primera vez salió a la luz, por primera vez nos hizo conocer su voz, fuerte y segura. El silencio por fin gritó.

Las calles de mi ciudad aquel día, eran distintas. No se asemejaban en absoluto a las calles en las que yo alguna vez caminé y recorrí. Podría decir que eran propias de un lugar lejano, ubicado a miles de kilómetros de distancia.

Zárate ya no era la misma. Mientras avanzaba entre miles de personas, cada vez lo notaba más.
El único sonido que se oía era el del caminar de tantos pies.
Sólo se podían percatar algunas húmedas miradas que cada tanto se alzaban para ver el cielo. El resto se mantenían en el frío cemento sobre el que avanzaban.

Mis manos y mi rostro estaban congelados. Prácticamente no los sentía. Entre tantas ideas juntas que se chocaban en mi mente, inconcientemente elevo mis pupilas para toparme con otras, que las descubrí deshechas. Era sin duda la mirada más triste del lugar.

No había nada para decir. Es increíble cómo de un momento a otro las palabras se desvanecen y el silencio gana otra vez. A veces callar, quizás sea más oportuno que hablar.

Los negocios ya no iluminaban la triste ciudad, sino que la acompañaban en su dolor. En mi interior, terminaba de confirmar lo que ya había sospechado antes. Todo había cambiado, y era extraño para mí.

La tristeza reinaba junto con el recuerdo, y en ese preciso instante, sin advertir su llegada, una fina lágrima se desprende de mi ojo para luego rodar sutilmente sobre mi mejilla, hasta caer rápidamente en mi mano que se encontraba en camino para retenerla, pero llega tarde y muere en el intento.

Y es en esas centésimas de segundos cuando realmente logro reaccionar y darme cuenta de todo lo que está sucediendo. Me doy cuenta de que la muerte de aquel chico había cambiado todo. Pero también había sido la gota que rebalsó el vaso. Él fue la razón para luchar contra todo lo malo. Tal vez no se actuó de esa manera a tiempo, pero al menos se empieza por algo.
La lucha es continua, nunca debe detenerse. Quien dice que algún día alcancemos lo que tanto se busca, lo que tanto se anhela: la paz.

De repente los pasos se frenan y ligeramente elevo la mirada. En vano fue intentar descifrar que ocurría con la marcha que se había detenido, pues la multitud no me lo permitía. Pero un momento después lo entendí todo.

Las palabras de una mujer se escucharon retumbar. Salían de aquellos parlantes con una seguridad asombrosa e incomparable. Y a pesar de esperar el obvio y preciso instante en el que esa voz se quebraría sin más remedio, no se oyó ni la más mínima vibración. Y eso llenó a los presentes de fuerza y orgullo que quedaron demostrados en un cálido y extenso aplauso que dio fin a aquel breve discurso.

Sin más que hacer, los miles de presentes emprenden el camino a sus casas, al igual que yo. Fue raro notar como tanta gente unida, pasa a estar tan lejos una de otra de un instante a otro.
Las velas que alguna vez se habían encendido, ahora se apagaban. Los pocos autos que circulaban por las calles seguían estando. El frío golpeaba mi rostro sin piedad. Y aunque algunas luces volvieron a encenderse, nada fue igual. Aquella sensación de la normalidad no se recuperaba tan fácilmente.

En las cuadras que me restaban para llegar a mi hogar las ideas no fueron claras. Toda esa fuerza que minutos atrás se había depositado en un gran aplauso luego de un gran silencio, ya no estaban, o mejor dicho, de a poco se marchaban.

Aquella noche, fue una noche más. Solo una sensación extraña me invadía, que más tarde logré conocer.

Toda mi vida vino encima. Toda la vida de repente se hizo un rato. Mi madre, mi padre, mi infancia, mi enseñanza, mis costumbres, mi vieja casa, mi nueva casa. Mi escuela, mis amigos de siempre, mis nuevos amigos, los que ya no están. Mi presente de repente aparece, un poco confundido con mi pasado y mi futuro. Mi carrera, mi rutina, mi lugar, mis sueños. Pude recordar que hubo alegría y también años olvidados.

Y de la nada surge un recuerdo. El recuerdo de una película en el que un amoroso padre le enseña a su hijo a no estar triste, a desprenderse de todo lo malo, de todo lo que le hace mal. Ir al río, era la solución. Mirarlo. Detenerse a mirarlo. Y de a poco pensar en todas aquellas cosas que duelen y dejarlas ir junto con la corriente para que se mezclen con el agua. Para que se marchen, para no volver jamás.

Unas inmensas ganas de encontrarme sentada frente al río me surgieron. Pero estaba lejos de él, y para cuando llegara, toda la tristeza ya me habría consumido por completo.
Entonces busque una rápida solución. Corrí hacia el balcón del departamento del sexto piso en el que vivo y respire profundamente con los ojos cerrados. Cuando los abro la ciudad iluminada estaba frente a mí. Decidí entonces pensar en todas mis inseguridades, en toda la tristeza que molestaba en mi interior para dejarla ir junto con el viento que aún no cesaba.

Y así fue. Cuando regresé a mi habitación, toda la angustia que antes estaba presionando mi pecho con fuerza, ya no estaba. De alguna manera me había liberado. De alguna manera una sonrisa lleno de expresión mi cara. Y llena de paz, apoyé la cabeza sobre la almohada sin mirar más allá de la oscuridad que mis parpados me proveían. Podía sentir la luz de la luna por la ventana abierta que daba en mi cara. Casi llego a precipitarme cuando noté que no sabría que hacer cuando no sople más viento. Vi que el tiempo se consumía y por un momento dejé de pensar, iba a decidir que hacer cuando despierte del todo. Poco a poco llegué a estar inmersa en un sueño del que aún no puedo despertar.

2 comentarios:

  1. me emocioné mucho fiaa.

    el viento,
    buena manera para dejarse llevar..

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  2. Fiama: está bueno che, muy personal, pero compromete al lector.
    El tono poético está bien logrado.

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